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jueves, 5 de marzo de 2015

Homenaje a la grasa y las Calorias!!mmm...Que rico!!

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Decir que las personas pueden comer toda la grasa que quieran sería irresponsable, pero decir que debemos remplazar un buen bistec por un puñado de granos y semillas es una estupidez. Y en este Vídeo propiedad de Revista Don Juan nos incitan a hacerlo teniendo de referente a la guapisima. Natalia Vélez.




Puede ser por perseguir mastodontes o por ir al supermercado a pie: siempre hay una razĂłn por la que se nos hace agua la boca cuando vemos una hamburguesa. No es solo un "placer culposo", sino una necesidad biolĂłgica desde que el ser humano pisĂł la faz de la Tierra.
Estoy casi seguro que cuando el hombre cavernícola necesitaba comer para sobrevivir durante sus largos viajes y sus salidas a cazar bisontes en el período neozoico, no pedía una ensalada y un yogur griego. Cuando los indígenas inuit se llenan de energías para resistir el invierno del círculo ártico, seguramente no lo hacen tomando batidos de frutas. Y cuando Novak Djokovic se prepara para derrotar en la cancha de tenis a uno de los jugadores en el top 10 de la ATP, no lo hace desayunando All Bran. Todos ellos consumen grasa, y usted también debería hacerlo. Si no fuese por ella, bien podría cambiar la revista que lee por un plátano y la silla en la que se encuentra por un árbol.
Los humanos no existirĂ­an de no ser por la grasa. "La evoluciĂłn de un gran tamaño cerebral en el linaje humano vino a costa de un gran costo metabĂłlico", dice un artĂ­culo cientĂ­fico escrito por William Leonard –y otros–, refiriĂ©ndose a los altos niveles de lĂ­pidos que necesitaron los antecesores del hombre moderno, el Homo sapiens, para desarrollar un cerebro capaz de llevar al hombre a la Luna. El mismo cerebro que está constituido en un 60% por grasa. El mismo cerebro que, segĂşn el artĂ­culo de Leonard, nos hace desear comidas ricas en grasa segĂşn su textura, olor y sabor para suplir sus necesidades. AsĂ­ que cuando alguien le diga "¡glotĂłn!", por comprarse una brocheta de carne en mitad de la calle, no deje que le carcoma la conciencia. "¡NingĂşn glotĂłn! Esto es una necesidad evolutiva", responda.
Esos eran los buenos dĂ­as, los del hombre de Cromañón. La grasa era una necesidad latente, el mejor combustible para una dieta de más de tres mil calorĂ­as diarias gastadas en largas jornadas de cacerĂ­a o en constantes migraciones –un gramo de grasa aporta nueve calorĂ­as al cuerpo, más energĂ­a que cualquier otro macronutriente–. Por eso la dieta del hombre del paleolĂ­tico podĂ­a llegar a consistir en un 50% de carnes, con la grasa necesaria para soportar las pruebas fĂ­sicas más difĂ­ciles. Y al ver lo bien que funcionaba esta dieta para los cavernĂ­colas, hay otras personas que se han atrevido a probarla.
Hace cuatro años, Novak Djokovic tuvo una racha imposible de creer: ganĂł cuarenta y tres partidos consecutivos, la tercera racha de victorias más larga en la historia del tenis –detrás de Guillermo Vilas e Ivan Lendl–. En el proceso arrasĂł en tres Grand Slams, y venciĂł en cuatro ocasiones a Rafael Nadal y en tres a Roger Federer. Fue una hazaña tan asombrosa que no faltaron quienes se preguntaron si el tenista serbio no estarĂ­a usando las mismas "ayudas" que otras estrellas caĂ­das en desgracia. Pero su secreto no es para nada complicado, y mucho menos ilegal. Djokovic habĂ­a descubierto que era alĂ©rgico al gluten, una proteĂ­na que se encuentra en el trigo, y decidiĂł cambiarse a una dieta un poco más salvaje: la dieta del cavernĂ­cola, una dieta a base de carnes y raĂ­ces y frutas y vegetales, dejando a un lado todo tipo de legumbres y cereales y lácteos. Esto no solo "limpiĂł" su cuerpo de sustancias que eran nocivas para Ă©l, sino que le inyectĂł nuevas dosis de energĂ­a, asĂ­ como en los viejos tiempos, solo que sin comer mamuts en la hoguera de una cueva.
Esta dieta ha sido motivo de bastante controversia. Mientras algunos mĂ©dicos dicen que este estilo de alimentaciĂłn es de los más perjudiciales que existen, otros han llegado a decir que nunca debimos haberla dejado a un lado, y que el constante consumo de productos a base de trigo y lácteos llenos de grasas perjudiciales son la causa de muchos de nuestros problemas de salud. Es una dieta que no solo han seguido otros deportistas, sino con principios que aĂşn conservan tribus indĂ­genas como los inuit –tambiĂ©n llamados esquimales–. Su dieta alta en grasas y baja en carbohidratos –que consiguen de animales como las focas– les permite regular la temperatura de su cuerpo y sobrevivir al duro clima de Alaska, asĂ­ como a almacenar energĂ­as para temporadas en las que el alimento es difĂ­cil de encontrar. Tanto el rĂ©gimen de los inuit como el de Djokovic parten de la nociĂłn casi instintiva de que la grasa nos da fuerza, energĂ­a y calor.
El problema es que, al parecer, en estos tiempos modernos hemos llegado a odiar la grasa. Nos parece repugnante verla escurrirse de la fritanga que podemos conseguir en la calle o de la carne del restaurante más caro de la ciudad, y en el supermercado no son pocos los que buscan las etiquetas "sin grasa" o "bajo en grasas" hasta en la leche. Incluso hemos llegado a crear el término food porn para referirnos a esas fotos que circulan en internet de deliciosos filetes o presas de pollo bañadas en salsa o rodajas de pizza cubiertas con todos los tipos de carne imaginable, como si ver esas comidas fuese una especie de placer culposo que solo se puede hacer a escondidas. A eso hemos llegado.
Es difícil marcar el punto exacto en el que inició este movimiento contra la grasa y en pro de una figura más "saludable" en la cultura occidental.
La imagen del hombre o la mujer perfecta que tenemos en la actualidad puede encontrarse en las pinturas sobre vasijas de los griegos y los romanos de antes de que naciese Cristo –a quien, por cierto, lo convirtieron en un galán delgado y de ojos azules en todas sus pinturas–. Ya un poco más reciente, es posible que la moda como tal empezase en los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la necesidad de tener una poblaciĂłn en forma lista para ir a pelear contra Hitler era vista como un asunto de seguridad nacional. Por eso, el Gobierno de Estados Unidos creĂł un comitĂ© especializado en la comida y la nutriciĂłn de su pueblo. Desde entonces, con la constante vigilancia del Estado sobre las dietas de sus ciudadanos, y en especial con la capitalizaciĂłn de lo fitness en los años ochenta, el fenĂłmeno que habĂ­a empezado como la bĂşsqueda de un cuerpo sano se convirtiĂł en la obsesiĂłn por una imagen delgada a la que no le faltan dietas extrañas, procedimientos quirĂşrgicos y un infinito odio por la grasa. ¡Y aun asĂ­ el mundo es más gordo cada dĂ­a!
Para el año 2000, el número de personas con sobrepeso en el mundo alcanzaba el mismo número de personas que padecen desnutrición: mil cien millones. Ya en 2014 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que 600 millones de adultos en el mundo son obesos. Colombia no se queda atrás. Claro, comparados con Estados Unidos y sus legiones de niños gordos haciendo fila en McDonald's no hay país que esté mal, pero acorde a la Encuesta Nacional de la Situación Nutricional en Colombia de 2010, alrededor de uno de cada dos colombianos adultos tiene un problema de sobrepeso, y para aquella fecha 16,5% de toda la población ya era considerada obesa. Basta ver que los colombianos gordos pueden subirse a las mobility scooters de los centros comerciales y evitar caminar por completo para saber que vamos por mal camino.
La OMS señala que, en cuanto a comida, las grasas son las culpables, pero la verdad es que existen muchos otros factores que han llevado a esta epidemia de sobrepeso. La grasa es el chivo expiatorio, la Yoko Ono a la que se le echa la culpa de separar a los Beatles sin pensar que ya a esas alturas los cuatro estaban bastante cansados de verse las caras. Para empezar, la ingesta de cualquier tipo de alimentos en exceso puede llevar al aumento de peso, en especial si se trata de carbohidratos. Además, ¿quĂ© se puede esperar si la gente no sale a hacer ejercicio, si rara vez se levantan del sofá? La misma OMS nombra la "vida sedentaria" como uno de los factores causantes de esa epidemia. Este es el punto en el que introducimos un poco de perspectiva cientĂ­fica para entender cĂłmo funcionan, para bien y para mal, las grasas, en plural: existen las saturadas, que por lo general se encuentran en las carnes y que se ven con malos ojos, porque el cuerpo no las procesa y tienden a generar problemas en el sistema circulatorio, aunque son sin duda la razĂłn del buen sabor de los platos. AsĂ­ mismo, las grasas trans, que se encuentran en muchos productos industrializados o en ese aceite en nuestra cocina que está negro de tanto reutilizarse, son las menos recomendables por los riesgos cardiovasculares que conlleva su consumo. TambiĂ©n podemos encontrar las insaturadas en los aceites y comidas vegetales, que ayudan a regular el nivel de colesterol y prevenir la diabetes, asĂ­ como el omega 3 y el omega 6 –que se pueden encontrar en el pescado y los aceites–, que ayudan a prevenir enfermedades cardiacas y son ácidos necesarios para el cuerpo.
¿Por quĂ© pensamos que todo tipo de grasa es nocivo, entonces, si la verdad es que no lo son? Por supuesto, todos los excesos son malos, y está más que demostrado por docenas y docenas de estudios que un exceso de grasas puede provocar no solo problemas de sobrepeso y obesidad, sino tambiĂ©n una variedad de riesgos mĂ©dicos como diabetes, trombosis y hemorragias en el caso de las grasas trans, aumento del colesterol, fallas en el sistema circulatorio y aumento de riesgo de problemas cardiacos. Pero lo mismo pasa con el azĂşcar, ¿no? Y con los carbohidratos y con las proteĂ­nas e incluso con el agua. AsĂ­ es, hay gente que ha muerto por tomar grandes cantidades de Gatorade, y por eso resulta casi natural y alarmante el pensar que hay gente que puede morir por comer muchos tacos o perros calientes.
La contraparte al exceso, que sería la idea de evitar las grasas por completo, es tan peligrosa como popular en estos días. Blanca Hernández, de la subdirección de Salud Nutricional del Ministerio de Salud, nos ayuda a poner los pies en la tierra: una persona con un déficit de grasas en su dieta "no tendrá una suficiente absorción de vitaminas, no tendrá la suficiente producción de hormonas, no tendrá termorregulación en el cuerpo. Se pueden frenar los procesos de crecimiento.
La calidad de la piel y la visiĂłn va a disminuir y toda la funciĂłn orgánica se ve afectada". Y esto es solo un resumen que pasa por alto el riesgo de cáncer, depresiĂłn y uno de los efectos más importantes: sin las grasas insaturadas no hay producciĂłn de las hormonas que ayudan a aumentar el apetito sexual. ¿Y de quĂ© sirve entonces tener un cuerpo espectacular y libre de grasa si no lo va a poner a buen uso con su pareja? No hay por quĂ© temerles a las grasas, solo consumirlas en su justa medida –que es, por cierto, entre el 25% y el 30% del consumo diario de calorĂ­as–. "En nuestro organismo las grasas son importantes porque cumplen con funciones como, por ejemplo, la termorregulaciĂłn", comenta Blanca, y añade: "Gracias a las grasas protegemos la temperatura corporal y los Ăłrganos internos. Son importantes para la sĂ­ntesis de hormonas y transportan las vitaminas. TambiĂ©n se relacionan con el buen estado de la piel. Permiten la absorciĂłn del calcio y son importantes para los procesos de coagulaciĂłn". Y esos beneficios que Blanca enumera son tan válidos hoy como lo fueron hace doscientos mil años, cuando salĂ­amos a buscar nuestra comida. Pero las personas no salen mucho a cazar en estos tiempos. No hacen mucho deporte, tampoco, aunque les gustarĂ­a creer que el yoga entra en esa categorĂ­a.
Nos convertimos en un animal sedentario, nos hemos vuelto perezosos. La investigadora Anna Bellisari, en su estudio sobre las raíces evolutivas de la obesidad, dice que "la causa de esta epidemia es una serie de respuestas biológicas y culturales a la escasez de energía durante el transcurso de la evolución humana, que operan hoy día en un ambiente de abundancia energética".
En otras palabras, el hombre cavernĂ­cola tenĂ­a que jugarse todo para poder comer y por eso necesitaba la energĂ­a de las grasas, mientras que nosotros tenemos tantas opciones en las plazoletas de comidas que no podemos ni decidir quĂ© almorzar. ¿Puede ser entonces que comer grasas ya no sea necesario de la manera en que solĂ­a serlo? ¿Estaremos evolucionando quizá hacia una vida más tranquila y sedentaria, que requiere un menor consumo de lĂ­pidos y mayor ingesta de otro tipo de alimentos? En un artĂ­culo para Scientific American, el psicĂłlogo Jesse Bering comenta sobre las dietas de la actualidad comparadas con las de los primeros hombres, y cierra diciendo: "Nombrar todas las delicias que comimos hoy, todas las supernovas quĂ­micamente fabricadas que pasaron por nuestras bocas, es simplemente obsceno. QuĂ© afortunados somos de vivir en estos tiempos de abundancia. Y quĂ© desafortunados, tambiĂ©n". Es cierto que el precio de probar esos manjares que son las chuletas de cerdo y las papas a la francesa y todo cuanto se vayan a inventar mañana, parece incrementar con el pasar de los años, pero eso no significa que no podamos pagarlo con algo de ejercicio y una pizca de moderaciĂłn. Y más nos vale pagar ese precio porque, más que buena o mala, la grasa es algo demasiado delicioso como para perdĂ©rselo.

Por: Rodrigo Rodríguez // Video: Sebastián Velásquez

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