No hay una pesadilla más horrorosa que los gritos de un bebé. Ahórrese una buena trasnochada.
Hasta el más rudo de los hombres fue alguna vez un bebé torpe e indefenso. Y cuando las mujeres les piden a los hombres ser sensibles, no están hablando del uso de cremas. Se trata, sencillamente, de tener el tacto para ponerle el pecho a situaciones como, por ejemplo, calmar a un bebé. Aunque la humanidad lleva milenios silenciando llantos infantiles, la tarea nunca es fácil porque, de entrada, los bebés no pueden decir qué es lo que los incomoda. Por eso al adulto le toca identificar la causa de los gritos y acabar con ellos. Lo más fácil es revisar e ir descartando los posibles problemas.
Revise si tiene los pañales sucios. Si ese es el caso, la solución es sencilla: simplemente hay que cambiar al bebé.
Si el bebé llora brevemente, deja de hacerlo un rato, y mantiene ese patrón de llanto, es muy posible que sea por hambre. Otra manera de darse cuenta es mirándole la boca. Si la empieza a mover como si estuviera buscando chupar algo o se mete las manos, es hora de darle de comer.
Pero si el bebé ya ha comido y está limpio, la otra causa frecuente es el sueño. Para eso, lo mejor es abrazar al bebé y caminar con él un rato, o pasearlo en el coche. El movimiento suave lo tranquiliza, por eso las cunas las suelen fabricar para que se muevan.
El neonatólogo Santiago Currea señala que es frecuente que los bebés cuyos dos padres trabajan, lloren cuando ellos regresan a casa, porque su cuerpo les pide dormir, pero también quieren estar con papá y mamá. Por eso, su necesidad de dormir entra en conflicto con lo que quieren (a sus papás). Al bebé le cuesta mantenerse despierto y empieza el llanto.
A veces, los gritos también pueden ser por incomodidad. Para descartar esa posibilidad, hay que revisar que la ropa del bebé no esté muy apretada o que esté recostado contra algo que lo moleste. Una manera efectiva de calmarlos es acostarlos boca arriba y acariciarlos pasándoles el dedo entre las cejas.